Anik es la mamá de Tom, con Autismo y dispraxia, quién nos cuenta como ha gestionado las dificultades de alimentación de su hijo.
Comer puede ser una fuente de estrés extrema para algunos niños. La hora de la comida se vuelve sinónimo de combate y un verdadero rompe cabezas para los padres. Las dificultades alimentarias pueden ser varias: cuando no se come lo suficiente, cuando son muy selectivos o no lo son lo suficiente. La rigidez es a menudo la culpable. Nuestro hijo Tom era del grupo que son muy selectivos.
Cuando era bebé y estaba en la etapa de los purés, comía de todo (o casi). Cuando introducimos los trozos, algunos alimentos dejaron de interesarle de un día a otro. Y cuanto más pasaban los meses, Toma rechazaba más alimentos. Con la ayuda de un profesional, entendimos lo que le perturbaba. Nos costaba que tragara algunas carnes, era un problema de texturas.
El olor de una mandarina que le peláramos podía causarle arcadas. Igual con los pimientos al cortarlos…
Con los años y muchas pruebas y errores llegamos a encontrar trucos para hacerle comer alimentos sanos… y a esconder sutilmente algunas verduras verdes. Por ejemplo, podemos poner cualquier cosa en una salsa espagueti, los muffins son ideales para meter frutas, verduras o semillas enteras, algunas carnes pasan mejor con ketchup,etc.
Aún así sigue siendo muy difícil integrar un nuevo alimento. Cuando Tom nos acompaña al supermercado, intentamos de incitarle a elegir un alimento nuevo. No siempre es un éxito, pero siempre le demostramos lo orgullosos que estamos de él cuando acepta probar. Es con esta técnica que hemos conseguido que le guste el maíz. Otras tentativas son menos exitosas como la de las fresas. Sin embargo, no cerramos la puerta a una segunda tentativa en un futuro próximo.
Durante el tiempo en que Tom iba al centro. las educadoras tenían miles de trucos e ideas para intentar hacerle tragar algunos alimentos que Tom evitaba. Como Tom siempre ha respondido bien a la utilización de pictogramas, instauramos un sistema 1-2-3.
El principio es simple: mostrar visualmente al niño el número de bocados que queremos que coma. Al lado de cada número ponemos un pictograma de «campeón». Así, es más fácil para él comprender exactamente lo que esperamos de él. En cada bocado tragado, hacemos una fiesta. No hay recompensa al final, solo la satisfacción de haberlo conseguido es suficiente para él.
Comer debería ser un desafío interesante y no un ejercicio de tortura.
Este método no funciona siempre a la primera, pero hay que ser persistente para flexibilizar ciertas rigidez alimentaria de nuestro campeón. Nada está ganado pero tranquilamente intentamos abrir su espíritu… y el apetito.
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